Tras la Jornada anual de Justicia y Paz en Palencia, en este artículo quisiera profundizar algo más sobre el medio rural, de capital importancia para los próximos años y décadas del siglo XXI. Quiero centrarme en la esperanza y posibilidades para el medio rural y el papel de la Iglesia en el desarrollo ecológico de una economía sostenible, en este contexto local pero a la vez en toda la economía global.
En amplios sectores de la sociedad hay un sentimiento generalizado de que la despoblación del medio rural es un acontecimiento irreversible. Esta es una teoría apoyada por no pocos expertos, sean demógrafos, sociólogos o ecónomos. Además hablando con algunos habitantes de los pueblos pequeños en la provincia de Palencia me parece que esta opinión se corrobora por los hechos. Sostener que existen vías alternativas y que se puede llegar a una repoblación en el medio rural se considera como algo utópico, incluso irrisorio. En realidad, ¿es así? ¿O no tenemos ojos y corazón para ver otras soluciones? ¿Sufrimos un cansancio fatal en Occidente como afirman pensadores, como Spaeman, y hay una alarmante falta de ideales, una falta de espíritu que renueve todas las cosas? ¿No se puede hacer más?
Esta mentalidad, que se refleja muchas veces en las decisiones importantes de las administraciones públicas, en la vida política y en la económica internacional -prisioneras del sistema económico vigente en una cultura materialista y hedonista a cuyo servicio no pocas veces están las ciencias y sus aplicaciones tecnológicas-, no ayuda a cambiar el rumbo de esta historia. Todavía la mayoría de gobiernos occidentales quieren encontrar soluciones a los problemas tan candentes de la sociedad y del planeta en las tesis del casi mágico crecimiento económico, que está a beneficio de unos pocos y que perjudica a la gran mayoría de la población mundial.
Pero existen cada vez más pensadores que critican estas posturas; ecos de los siglos pasados, incluso desde el campo de la ciencia de la economía misma [1]. Se necesita un cambio de mentalidad, otros estilos de vida y un nuevo modelo económico, fundamentado en la sostenibilidad ecológica para ofrecer los derechos básicos a todos los ciudadanos del planeta y garantizar la convivencia pacífica y justa y el futuro de la vida misma en la Casa Común.
En este contexto urge repensar también el valor del mundo rural. A pesar de que la política es algo más sensible, en cuanto a temas medioambientales y problemas en el medio rural a lo largo de los últimos años, se necesita no obstante un giro copernicano en ella para combatir más eficazmente el abandono rural y el deterioro ambiental.
Entre las medidas sugeridas más importantes quisiera subrayar las siguientes:
- Establecer una política nueva sobre la familia. Esta medida es importante para el medio urbano y el rural, pensándolos como entidades interdependientes y no antagónicas. Hay que construir comunidad y familia, a la vez que se facilitan medidas proactivas para que las familias sigan en los pueblos o vuelvan a ellos (educación, trabajo en empresas pequeñas, tener vivienda, acceso a servicios sanitarios…).
- Potenciar los circuitos cortos de comercialización, una forma interesante de venta directa de productos frescos o de temporada sin intermediarios entre productores/agricultores y consumidores, algo que fomenta el trato humano y genera un impacto medioambiental más bajo al no ser envasados ni transportados desde largas distancias.
- Potenciar la educación propia en el medio rural con toda la tecnología adecuada y personal competente. Legalizar y fomentar determinadas formas de home-schooling [2]. Es urgente que en el medio rural se llegue a una igualdad de condiciones con la educación en el medio urbano, en cuanto a calidad y otras medidas.
- Favorecer el teletrabajo. Potenciar que internet y las nuevas tecnologías puedan estar presentes en todo el medio rural, como medida importante para la revitalización del medio rural.
- Reintroducir las ventajas concretas de vivir en los pueblos y desmontar la idea persistente en algunos sectores, imagen extendida entre muchos jóvenes, de que vivir en el medio rural sea algo de rango inferior. Fomentar así un “Renacimiento del Medio Rural”, aunque con el necesario realismo, en el que la armonía con la naturaleza, el reto de respetar los límites de los recursos de nuestro planeta, la convivencia pacífica, el construir comunidad, el desarrollo de una economía sostenible, la paz, el trato humano, sean más importantes que los “logros” y expresiones de una cultura egoísta y hedonista.
- El medio rural es ideal para fomentar algo tan importante como es la participación concreta para influir directamente en la toma de decisiones de la comunidad, del pueblo. Es dar parte, formar parte, tener parte, ser corresponsable, colaborar, cooperar y finalmente codecidir, ser responsable y compartir sentimientos e ideas aprendiendo y respetando la diversidad y pluralidad.
- En el medio rural se encuentra el espacio de la naturaleza, un gran tesoro para todos los seres humanos; un espacio donde es posible curarse de los antivalores muchas veces vividos en las grandes ciudades: el ruido, la indiferencia, los miedos, el estrés, la falta de seguridad, el tener que tener cuidado todo el rato, hasta la soledad. La tranquilidad, la armonía, el silencio y el espacio que ofrece el medio rural son valores cada vez más apreciados positivamente en un mundo superpoblado, que sufre incluso de cierta deshumanización.
- Para jóvenes emprendedores tener una pequeña empresa en un pueblo del medio rural puede ser muy atractivo porque los gastos de alquiler o de compra de un almacén o de una nave son mucho más reducidos que en la ciudad, donde hay que empezar con muchas exigencias y deudas, mientras que la comunicación necesaria es igual de rápida y eficaz, gracias a las nuevas tecnologías.
La Iglesia en el medio rural sobre todo tiene una tarea esencial para volver a vincular a las personas con la comunidad. Una comunidad formada por las que se han quedado en el pueblo pero “han sufrido” la desarticulación de los valores rurales y de la cultura rural bajo la gran influencia de las ideas y los valores urbanos. También llegan nuevas personas que desean vivir de modo integrado en el pueblo, en el medio rural, y necesitan un primer apoyo o acercamiento desde la comunidad, desde la Iglesia, para no vivir de modo aislado. Es esencial desarrollar el sentido de pertenencia en comunión con las otras personas, tener relaciones cercanas y cálidas para promover la vida digna y dignificada, que antes tal vez estaba asfixiada representando incluso un tipo de “infierno”.
Pablo VI, en Populorum progresio, ya señala en los números 20 y 21 que hay que buscar “un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación”. Hay que combatir la tendencia de condiciones de vida menos humanas hacia la promoción de condiciones que humanizan: remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura, el aumento a la consideración de la dignidad de los demás, la cooperación en el bien común. Además, según este Papa, hay que fomentar el reconocimiento de los valores supremos y de Dios que de ellos es la fuente y el fin.
Todo un programa para la Iglesia universal y más en concreto también para el medio rural. Más que nunca se necesita aspirar al desarrollo integral de la persona y criticar con argumentos, desde la ecología y la economía sostenible, las limitaciones del discurso económico clásico que todavía tiene muchos seguidores.
Toda la Iglesia, desde las bases hasta la cúpula, debe reflexionar en profundidad sobre “el sentido de la economía y su finalidad y así corregir sus disfunciones y distorsiones” [3]. Claramente hay que afirmar por ejemplo que el principio de la maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía y no es ético [4].
Economía y política no están al servicio de la vida y del bien común [5] y con el actual modelo económico hemos entrado en una crisis global y globalizada cuyas consecuencias son enormes: desigualdad -otra palabra para múltiples formas de pobreza-, insolidaridad y gravísimos problemas en cuanto a ecología natural y social.
Es la misma crisis que se refleja en el medio rural con su planteamiento sobre las explotaciones, sobre la agricultura y la agro-industria. Todo debe ser “mega”. No se puede esperar más. Hay que buscar otro paradigma, otras claves que se concentren en la humanización, la relación respetuosa con lo otro, con los otros y con el Otro, con Dios Padre-Madre. Júrgen Moltmann, el famoso teólogo alemán luterano, describe la encrucijada a que hemos llegado como “el final de la Era Moderna y el comienzo del futuro ecológico de nuestro mundo. Asistimos a la aparición de un nuevo paradigma que será capaz de unir la cultura humana y la naturaleza de la Tierra de distinto modo de como se dio el paradigma imperante de la modernidad”.
No podemos caer en el letargo, anestesiados y autocomplacientes hasta que se produzcan nuevos “Chernobyles o Fukushimas”. Una nueva antropología, una nueva teología ecológica se hace necesaria. Nosotros, los seres humanos, debemos perder la arrogancia de la voluntad del dominio del mundo que finalmente se ha convertido en una amenaza para nosotros mismos y todos los seres vivos.
Para ello es imprescindible restaurar o restablecer el compromiso comunitario, que está en crisis, y salir de lo que el papa Francisco de modo tan acertado ha denominado “nuestra autorreferencialidad”, superar el hiperindividualismo nefasto y caminar por el bien común [6]. Y así se puede desarrollar un estilo de vida en armonía con la Creación, apostar por una vida de verdad y desde la Verdad. Con estas premisas se puede también reconectar el medio rural -con su misión y visión específicas en el hoy y en el futuro- con el medio urbano, sabiendo que todo está conectado así como las personas.
Justicia y Paz de la Diócesis de Palencia
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