MI ADMIRADA SAMARITANA:
No sé tu nombre. El evangelista no nos dejó este «detalle».
Seguramente porque hay muchos y muchas que son como tú.
Pero nos cuenta que, como todos los días, con una rutina inconsciente,
sales de casa, haces de lo de siempre, vas donde siempre, caminas como siempre...
Llegas llena de polvo, y sucia de sudor, por ese sol de justicia que todo lo agrieta.
Las calles están vacías, a nadie se le ocurre salir con ese solazo... A ti sí.
A lo mejor es que prefieres no cruzarte con nadie.
Pero ojos escondidos te espían a través de las ventanas
y murmuran de ti, y te juzgan con desprecio, y te condenan:
«Es una cualquiera, se enrolla con todos los que se le ponen a tiro,
¡ya ha tenido cinco maridos!!!».
Lo cierto es que tienes sed, llevas el corazón reseco y agrietado,
dolorido, desengañado de tantos que han jugado contigo, te han usado,
y no te han devuelto ni la mínima parte de lo que tú les has dado.
Te has agotado de intentar encontrar un amor que te llene.
Tarea siempre difícil. Y vacía te has quedado.
Llegas al pozo cansada de buscar y no encontrar nada, como tantos.
Quisieras que tu vida tuviera algún sentido, importarle a alguien,
que te respetaran, que te tuvieran en cuenta,
quisieras ser feliz, poder levantarte con ilusión cada mañana
y triunfar sobre esa rutina que te vence, que te cansa, que te aburre,
que te hace estar harta de todo y de todos,
y no ser menos que otros, encontrar un hombro sobre el que desahogarte
(¡qué duro es tragarse a solas la soledad!),
una sonrisa de comprensión cuando no te salen bien las cosas,
una chispa de esperanza cuando el cielo se vuelve negro.
Ese cántaro vacío que llevas contigo
se parece mucho a tu corazón: nunca se llena del todo, se vacía deprisa.
Acudes siempre a los mismos pozos
y acabas echando dentro cualquier agua, aunque realmente no calme tu sed.
Ningún agua sacia del todo nuestra sed. Volvemos de nuevo a tenerla.
Y al beberla y saborearla... apenas unos sorbitos, nos dejan con ganas de más.
Y hoy, por sorpresa, sin esperarlo ni verlo venir,
bajo ese calor del mediodía, distraída con tus pensamientos... te topas con Jesús.
Tuviste la enorme suerte de encontrarte con él,
aunque no tenías ni idea de quién era, y te pidió de beber.
Pero no le importó que fueras mujer, que estuvieras casada,
que fueras una «hereje» samaritana. No le importó que le vieran charlando contigo.
Tú que andas sedienta, y te piden agua.
Tú que te sientes sola, y te piden un poco de compañía y conversación.
Tú tan necesitada de unas palabras amables y respetuosas... y te las piden a ti.
Lo que necesita ese Desconocido no era nada difícil para ti,
pero tú sueles ponerte a la defensiva con cualquiera que se te acerca.
Hay demasiados prejuicios en tu cabeza (seguramente justificados),
y demasiada desconfianza en el corazón.
¿Otro que intenta aprovecharse de ti?
Sin embargo, también él parece cansado y necesitado, sediento como tú,
y no te juzga, ni te da órdenes. Sóo te invita a mirar hacia dentro de ti,
para que descubras que eres valiosa, que no te conoces bien,
que tu corazón sigue siendo capaz de dar, y de amar,
y que tú mereces algo mejor de lo que hasta ahora has encontrado,
no puedes conformarte con el primero que llega,
por que tienes dentro un manantial inagotable que nace de lo alto,
en el mismo corazón de Dios.
Así que no busques fuera, pues lo que necesitas lo llevas dentro.
Y cuando alguien no se quiere a sí mismo, no se valora lo suficiente
nunca se sentirá querido por nadie, sólo conseguirá que lo usen.
Que dejes de autocompadecerte
y mires a los que puedan necesitar tu humilde cántaro.
Necesitas reconocer tu verdad, tus errores, tu sentimiento de vacío,
y ya va siendo hora de que te abras a Dios.
Ese Dios que te necesita, que te pide, que no te hace reproches ni te juzga,
que comprende tu dolor y te trata con respeto,
que te abre caminos nuevos, que te hace mirarte a ti misma ojos nuevos,
que te llena de esperanza.
Que te invita a quererte a pesar de tu vacío, tu pecado y tu pobreza.
Aquel Desconocido, a cambio de un poco de tu agua... te ha empapado de amor.
¡Qué suerte tuviste, samaritana, y qué valiente por atreverte a abrirte a él!
Samaritana: Dile que también yo necesito su Agua Viva.
Dile que salga a mi encuentro en cualquier recodo del camino,
y me diga sus palabras serenas.
Dile que tenga paciencia si, como tú al principio, parece que le rechazo,
si me muestro autosuficiente, si me las doy de no necesitar nada ni a nadie.
Dile que me ayude también a reconocer mi verdad y sane mis heridas.
Pídele que me ensanche el corazón y me ayuda a descubrir
que dentro de mí hay una Fuente de Vida (el Espíritu) con la que puedo dar a otros de beber.
Yo también quiero que se me acerque, a la hora que él elija, y me hable, y me pida de beber.
Y pídele para mí también, que me haga capaz -como tú-
de ir a contar a otros lo que me ha dicho, lo que ha hecho conmigo
y que yo sepa, como él, acoger, escuchar, comprender y animar
a tantos que necesitan sentirse escuchados y acogidos, acompañados...
Con toda mi admiración y respeto, te saludo.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen 1 DE Joseph Brickey. Imagen 2 de Jorge Cocco Santángelo