En su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, el último jueves de abril, el Santo Padre Francisco recordó que en la Última Cena Jesús, con la Eucaristía, nos enseña el amor; con el lavatorio de los pies nos enseña el servicio; y nos dice que un siervo jamás es más grande de aquel que lo envía, es decir de su patrón
Ciudad del Vaticano
Estas tres cosas son el fundamento de la Iglesia. Con estas palabras el Papa Francisco comentó esta mañana en su homilía el Evangelio del día, en el que Juan refiere las palabras del Señor tras haber lavado los pies a los discípulos.
“Como los discípulos aquella noche dejémonos mirar por el Señor ”
El Pontífice explicó que en la Última Cena Jesús se despide de sus discípulos con un razonamiento amplio y bello, tal como relata Juan, diciendo que “hace dos gestos que son instituciones”. Dos gestos para los discípulos y para la Iglesia que vendrá, “que son el fundamento, por decirlo de alguna manera, de su doctrina”. El Señor “da de comer su cuerpo y de beber su sangre”, o sea que instituye la Eucaristía, y procede al lavatorio de los pies. “De estos gestos nacen los dos mandamientos – prosiguió explicando Francisco – que harán que la Iglesia crezca si nosotros somos fieles”.
El primero es el mandamiento del amor: ya no sólo “amar al prójimo como a ti mismo”, sino un paso más: “Amar al prójimo como yo os he amado”.
“
El amor sin límites. Sin esto la Iglesia no va adelante. La Iglesia no respira ”
“Sin el amor, no crece, se transforma en una institución vacía, de apariencias, de gestos sin fecundidad. Ir a su cuerpo: Jesús nos dice cómo debemos amar, hasta el final”.
Ámense como yo los he amado. Y después el segundo nuevo mandamiento – aclaró el Santo Padre – que nace del lavatorio de los pies es: “Servir unos a otros”. Lávense los pies unos a otros, como yo les he lavado los pies a ustedes. Dos mandamientos nuevos y una advertencia: “Ustedes pueden servir, pero enviados por mí, mandados por mí. Ustedes no son más grandes que yo”. Jesús aclara en efecto que “un siervo no es más grande que su patrón, ni que un enviado es más grande que quien lo ha mandado”. Esta es la humildad sencilla y verdadera, y no “la falsa humildad”.
“Saber que Él es más grande que todos nosotros, y que nosotros somos siervos, y no podemos superar a Jesús, no podemos usar a Jesús. Él es el Señor, no nosotros. Éste es el testamento del Señor. Se da de comer y beber a sí mismo y nos dice: ámense así. Lava los pies, y nos dice: sírvanse así, pero estén atentos, un siervo jamás es más grande de quien lo envía, del patrón. Son palabras y gestos contundentes: es el fundamento de la Iglesia. Si nosotros vamos adelante con estas tres cosas, no nos equivocaremos jamás”.
Los mártires y los tantos santos – prosiguió diciendo el Obispo de Roma – fueron adelante así: “Con la conciencia de ser siervos”. Y después Jesús añade una advertencia: “Yo conozco a los que he elegido” y dice: “Y sé que uno de ustedes me traicionará”. Por esta razón el Papa concluyó aconsejando a todos, en un momento de silencio, que nos dejemos mirar por el Señor:
“Es dejar que la mirada de Jesús entre en mí. Sentiremos tantas cosas: sentiremos amor, quizás no sintamos nada… o estaremos bloqueados allí, sentiremos vergüenza. Pero dejar siempre que la mirada de Jesús llegue. La misma mirada con la que miraba en la cena, aquella noche, a los suyos. Señor tú conoces, tú sabes todo”.
Como Pedro en Tiberíades: “Tú conoces, tú sabes todo. Tú sabes que te amo, sabes lo que hay dentro de mi corazón”. Amor hasta el final – concluyó diciendo el Papa – y servicio, a la vez que añadió: “Y usemos una palabra un poco militar, pero que nos sirve: subordinación, es decir, Él es el más grande, yo soy el siervo, nadie puede superarlo”.
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