lunes, 21 de mayo de 2018

«¿PARA QUÉ CAMINAR SOLO EN LA VIDA PUDIENDO CAMINAR ACOMPAÑADO?»

«¿Para qué caminar solo en la vida pudiendo caminar acompañado?». Así resume la filosofía del acompañamiento espiritual una vedruna recién regresada a España tras varios años de misión en África. Vuelve en un momento clave para su congregación. Las Carmelitas de la Caridad Vedruna son grandes maestras en un arte que se enraíza con los padres y madres del monacato de Oriente y Occidente, y que hoy resurge con fuerza, como respuesta a esa pastoral cuerpo a cuerpo en la que insiste Francisco. Distintas realidades de Iglesia e instituciones académicas católicas se han fijado en ellas con la intención de aprovechar metodologías y conocimientos que encierran un enorme potencial tanto en la pastoral ordinaria, como en la atención a todo tipo de víctimas (desde la violencia de género a los abusos sexuales), pasando por el discernimiento vocacional o situaciones de exclusión como las que se plantean en la pastoral penitenciaria.
Frente a una dirección espiritual donde el sacerdote ofrece consejos y el dirigido toma buena nota (a menudo como prólogo y epílogo a la confesión sacramental), el acompañamiento se plantea en un plano horizontal, de igual a igual. «Las dos escuelas son válidas, pero las expectativas son muy diferentes en uno y otro caso», explica la religiosa y psicóloga Lola Arrieta, una de las fundadoras del Equipo Ruaj, con más de 25 años de experiencia de atención a todo tipo de personas en las más diversas situaciones. A quien llega buscando a una especie tutor que tome alguna decisión por él, se le dice cortésmente que se ha equivocado de puerta. «Tratamos de ser muy claros y honrados», dice Arrieta. Al acompañado, a través de una escucha activa, se le ayuda a poner en orden su vida y sus pensamientos; a descubrir por qué medios Dios se hace presente en su vida… Pero las conclusiones le corresponden encontrarlas única y exclusivamente a él, en diálogo de discernimiento.
El acompañamiento espiritual está dirigido a todos, pero resulta especialmente útil en determinados momentos de la vida. Es el caso de los jóvenes que se plantean una posible vocación religiosa. O a los que desean empezar a vivir su fe con más coherencia después de una experiencia de voluntariado que les ha tocado de forma especialmente intensa. Lola Arrieta ha acompañado igualmente a «adultos que sienten necesidad de reorientar y poner en orden su vida, con un cansancio vital muy fuerte, desfondados, desorientados…». Los hay que atraviesan «alguna situación que les ha provocado un dolor o un sufrimiento», hasta el punto incluso de necesitar psicoterapia.
La demanda ha ido claramente en aumento. Por su despacho pasan no pocos sacerdotes, algo infrecuente hace unos años, por los recelos que suscitaba que la acompañante fuera una mujer.
«Impresiona la cantidad de personas con una vida profesional de éxito, tras la que, sin embargo, se oculta una historia de sufrimiento. Hasta que un día dicen: “No quiero seguir viviendo con impostaciones”. Son testimonios de búsqueda sincera que impactan mucho», confiesa Arrieta.
Monte Carmelo, una herramienta para la pastoral juvenil
Otro de los pilares del Equipo Ruaj era la también vedruna Marisa Moresco, fallecida en un accidente de tráfico el 19 de abril. Días antes del trágico suceso, en conversación con Alfa y Omega, Moresco comparaba la figura del acompañante con las Ammas, las madres del desierto de los siglos IV y V, una especie de «parteras de la sabiduría» famosas por su capacidad de ayudar a quien acudía a ellas a extraer de su propio interior las respuestas que venían buscando. Un arte en el que, para la congregación Vedruna, el gran referente es santa Teresa de Jesús, sin menoscabo de otros referentes como Ignacio de Loyola o, en la época contemporánea, Thomas Merton.
Marisa Moresco acompañó a diversas congregaciones religiosas en sus capítulos y en tomas de decisión de especial relevancia. Una parte fundamental de su trabajo consistía, sin embargo, en formar a otros acompañantes, particularmente a quienes trabajan con jóvenes. Para ese fin Ruaj ha puesto en marcha Monte Carmelo, un programa de tres años de duración que va ya por su octava edición, en el que se compagina la formación a distancia con algunos encuentros presenciales a lo largo del año.
En escuelas, colegios mayores o en las ONG de las congregaciones religiosas «presuponemos que hay una fe» y un ambiente «impregnado del carisma» de la orden, pero «muchas veces la realidad está muy alejada de eso», explicaba Marisa Moresco.
Suelen echarse en falta igualmente espacios donde los chicos y chicas puedan «hablar con un adulto en un ambiente de confianza», añadía. Desde problemas familiares a consultas de tipo afectivo-sexual, por la cabeza de estos adolescentes y jóvenes rondan preguntas que muchas veces no tienen a quién planteárselas. Es ahí donde entra la función del acompañante. Lo primero es buscar ocasiones para «hacerse el encontradizo» y así ir generando «un vínculo con el chico». «Poco a poco, uno se gana su confianza. Esto se consigue cuando ven que el adulto realmente se preocupa por él, que no le juzga, que lo escucha…», decía la responsable de Ruaj.
Una eclesiología de comunión
Uno de los rasgos característicos del acompañamiento, asegura Lola Arrieta, es que tanto acompañante como acompañado salen fortalecidos en su fe y en su interioridad. «Cada persona que tengo el privilegio de acompañar llega a ser para mí un testigo de superación, de búsqueda sincera de Dios… Ante eso, como dice la Biblia, tienes que descalzarte y ser extremadamente respetuosa, porque el espacio que pisas es sagrado».
Del acompañamiento se deriva «una eclesiología que nos acerca más a una Iglesia de comunión que trata de superar cualquier tipo de castas. El acompañante no tiene por qué ser un sacerdote ni un religioso», sino cualquier persona «con la suficiente formación en escucha activa, experiencia» y «capacidad de discernimiento».
A su vez, «el acompañante no es un francotirador», sino un «testigo de la Iglesia», que igualmente «necesita ser acompañado por otros». En el caso de Lola Arrieta, a través de encuentros para contrastar experiencias cada dos meses con otros 30 acompañantes: un tercio, sacerdotes; otro tercio, religiosos, y el restante, seglares.
María Fernanda Soriano, monja cisterciense de San Bernardo del monasterio de Benavente, formada en Ruaj, hablaba en una conferencia de la importancia que ha tenido la formación en acompañamiento para su comunidad contemplativa, no solo para atender al creciente número de seglares que acuden a ellas con la necesidad de ser «escuchados, acogidos, comprendidos», sino también en la formación de las novicias. En la «aventura interior» de la vocación, «vemos los progresos en la oración, la lectio divina, el oficio divino, la convivencia con los demás. Algunos comparten espontáneamente su historia personal y la van leyendo a la luz de lo que van descubriendo en el monasterio; otros piden luz en sus luchas interiores, en sus decisiones…». En ese proceso –añadía– es habitual que queden al descubierto «ciertas heridas».
Como maestra de novicias, Soriano pasó del «temor a desencadenar procesos que hagan entrar en crisis» a las novicias, a comprender que este «autoconocimiento», incluida la asimilación de los episodios oscuros de la propia vida, es necesario para su «madurez afectiva y sexual», que a su vez permitirá «levantar un edificio espiritual» en la persona sobre «cimientos sólidos». De modo que «dichas perturbaciones son, a veces, mejor garantía de un crecimiento espiritual que todos los fervores espirituales que puedan tener las formandas. Por ello, en los encuentros personales que tengo con cada una, la revisión espiritual brota espontáneamente a partir de la realidad humana», mezclándose lo humano y lo divino, aseguraba.

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