II DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA
- Hch 5, 12-16. Crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de
hombres como de mujeres, que se adherían al Señor.
- Sal 117. R. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
- Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19. Estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos.
- Secuencia (opcional). Ofrezcan los cristianos.
- Jn 20, 19-31. A los ocho días llegó Jesús.
Alabamos hoy a Dios porque es eterna su misericordia (sal. resp.). Ese debe ser nuestro sentimiento una vez que hemos sido renovados por los sacramentos de la iniciación cristiana (cf. 1.a orac.), un don gratuito de Dios para nosotros. Los apóstoles con su fe y sus carismas hacían signos y prodigios y por eso crecía el número de los creyentes (cf. 1 lect.). Hoy decrece ese número... ¿No será por la falta de una vivencia más auténtica de la fe por parte nuestra? El domingo –el octavo día– es el día del encuentro con el Señor Resucitado, en quien creemos por la gracia de Dios, sin haberlo visto. Nos bastan los signos –la Palabra, la eucaristía, las «llagas de nuestros hermanos más necesitados»– para descu- brir que el Señor sigue presente entre nosotros (cf. Ev. y 2 lect.).
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