lunes, 12 de marzo de 2018

ENTREGA DE LA CRUZ A LOS NIÑOS Y NIÑAS DEL "DESPERTAR RELIGIOSO"


El pasado miércoles 7 de marzo de 2018 tuvimos la Reunión con los Padres/Madres y los niñ@a. Fue ocasión para empezar juntos la Cuaresma. Dicho encuentro lo enfocamos desde el deseo que Dios tiene para con cada uno de nosotros: "NO OS PERDÁIS" (pues hay muchas cosas que nos pierden en la vida y provocan en nosotros la infelicidad... que nos perdamos). Dios tiene como gran sueño con nosotros (el mismo que los padres/madres con sus hijos): SER FELICES. 
Recordamos lo vivido por Gabriel y su familia, oramos por ellos ( ¡Que triste el desenlace! ...no por ello hemos de dejar de 🙏🏼 con todo el ), y sensibilizamos a vuestros hijos sobre la importancia de estar atentos, ser obedientes, decir la verdad y colaborar siempre en lo que nuestros padres y madres nos dicen... como la mejor manera de no perdernos en la vida y seguir el mejor CAMINO (el que Jesús nuestro amigo nos invita a vivir). La verdad es que fue una tarde muy provechosa para todos…
Comentamos también lo importante que son los signo y símbolos para seguir dando pasos en este DESPERTAR RELIGIOSOS de vuestros hij@s en este primer año de catequesis... Hay un símbolo  muy presente en el Tiempo de la Cuaresma y la Semana Santa, LA CRUZ.  Como manera de ir incorporando poco a poco a vuestros hij@s y a la misma familia a la vida comunitaria, como manera de hacerlos protagonistas, junto a vosotros -sus padres y madres-, acompañados de la misma comunidad parroquial en este proceso de ir conociendo y viviendo la fe CELEBRAREMOS EL DOMINGO 18 DE MARZO EN LA EUCARISTÍA DE LAS 12:30h. LA ENTREGA DE LA CRUZ A VUESTROS HIJ@S CON EL DESEO QUE VIVAN COMO JESÚS, TENGAN SUS SENTIMIENTOS Y ACTITUDES... Y PUEDAN ASÍ CONSTRUIR UN MUNDO MÁS LLENO DE JUSTICIA, PAZ Y AMOR....

viernes, 9 de marzo de 2018

SÍ, SE LLAMA ‘SINHOGARISMO’ ¿POR QUÉ NO HABLAMOS EN REALIDAD DE PERSONAS POBRES Y POBREZA?

Las palabras son herramientas para nombrar realidades que permanecen invisibles. Las utilizamos para conceptualizar problemas. La palabra sinhogarismo, que acaba de ser reconocida como neologismo válido por Fundación del Español Urgente (Fundéu), nos sirve para posicionar un problema que afecta nuestra sociedad en un lugar distinto y para nombrar un fenómeno social, más allá de poder nombrar a las personas que sufren sus consecuencias: las personas sin hogar.

La palabra sinhogarismo nombra un fenómeno social en el que colisionan factores individuales propios de cada persona afectada pero también factores estructurales y que tiene su origen en causas políticas, sociales y económicas que obstaculizan (o impiden) el acceso a la vivienda y a un empleo. Referirnos únicamente a “las personas sin hogar” invisibiliza la responsabilidad que tienen las políticas de vivienda, de servicios sociales y de empleo en la situación de estas personas al tiempo que las responsabilizamos de situaciones que no dependen únicamente de ellas.

Y debemos desterrar palabras como indigentes, vagabundos o mendigos que estereotipan y culpabilizan a las personas sin hogar. En estos casos, no solo no nombramos la realidad y el contexto en el que se producen las situaciones que llevan a las personas a vivir a la calle, sino que estamos usando etiquetas en las que no encontramos ni rastro de la dignidad que todo ser humano merece.

¿Y por qué hablamos de sinhogarismo en lugar de hablar de personas pobres y pobreza? Las personas afectadas por el sinhogarismo se encuentran en situaciones de pobreza extrema. Las personas sin hogar son personas pobres, muy pobres. Pero las circunstancias de una persona que no tiene una puerta que cerrar que garantice su seguridad o un baño accesible, por poner algún ejemplo, poco tienen que ver con la situación de las personas que trabajan ocho horas por 600 euros al mes. Obviamente, estas dos circunstancias son situaciones de pobreza que producen vergüenza e indignación en sociedades que aspiran al Estado del Bienestar. Sin embargo, cuando hablamos de sinhogarismo estamos nombrando, además de una situación de pobreza extrema, también una terrible situación de exclusión social, de soledad, invisibilidad y otras terribles circunstancias que acompañan a las personas que viven en la calle.

Por eso es tan importante el concepto y el uso de la palabra sinhogarismo: para poder hacer visibles esos factores económicos, políticos y sociales que hacen que hoy 31.000 personas no tengan garantizado el derecho a una vivienda digna. Bienvenida, por tanto, la palabra sinhogarismo porque la necesitamos para acabar con el problema. Hogar, sí.

SER BUENA PERSONA NO ES DE TONTOS


No hablamos ni escribimos lo suficiente sobre la importancia, el valor e, incluso, la urgencia de ser buenas personas. Escribimos sobre la vulneración de los derechos humanos, sobre la lucha por la igualdad, sobre las fallas de la justicia, sobre la dignidad pisoteada, sobre la recuperación de la decencia… Y con todo ello, damos por sentado que estamos hablando de lo básico, de lo fundamental: de ser buenas personas.

Pero, quizás, por ser precisamente lo obvio, lo estemos invisibilizando, tratando de dar un marco jurídico, un contexto internacional, una legitimidad a lo que hasta hace no tanto tiempo había un consenso social: que lo justo, lo digno, lo respetable y hasta lo hermoso era ser solidarios, amables, educados, respetuosos, humildes, generosos, comprensivos, justos, abiertos y alegres -sí, ser alegre también es una forma de generosidad-. Han sido tantos los ataques contra estos valores en las últimas décadas, en las que el neoliberalismo se ha encargado de inocular la competitividad, el individualismo, la ostentación, el consumismo y la acumulación a través de todas las vías a su alcance (los medios, la publicidad, las políticas públicas…), que los que defendemos otras formas de convivencia hemos volcado gran parte de nuestros esfuerzos en crear y divulgar discursos, conceptualizaciones, análisis, propuestas y ejemplos no sólo cargados de razón, sino también de todo el rigor y la enjundia de los que hemos sido capaces.

Pero, a veces, se nos ha olvidado hacer pedagogía sobre otra de las premisas básicas, ‘predicar con el ejemplo’, o como tan acertadamente ha titulado su último libro Pepa Torres Pérez, “Decir haciendo”.

Ser buena persona no se demuestra en las grandes gestas, ni con elevadas declaraciones ni escribiendo reportajes sobre desahucios, fronteras o la pobreza. Ser buena persona es lo que vi cuando me encontré por casualidad a Mamadou, activista contra las políticas de extranjería, en casa de Noor. Él había ido hasta allí desde su barrio, al otro lado de la ciudad, para recoger su bombona de butano y cambiársela por otra nueva para que ella y sus dos hijas no pasaran frío. Noor, marroquí, estaba embarazada de siete meses y Mamadou, senegalés, quería ahorrarle el cargar con todos esos kilos a sabiendas de que su marido estaba trabajando en un país lejano. Eso es ser buena persona, y no se me ocurre nada más importante que decir de alguien.

Como lo es Lola, que lleva quince años pasando sus tardes con los niños y jóvenes de un centro de menores que no tienen a nadie que vaya a recogerlos el fin de semana, como sí ocurre con algunos de sus compañeros, que han tenido la suerte de disfrutar de un programa de familias de acogida de tiempo libre. Y lo hace sin darse importancia ni aires de superioridad moral, como hacen otros.

O Marcela, jubilada que cuida tres veces por semana de los hijos de su vecina para que ésta pueda ir a hacer un curso de informática y ver si así, de una vez por todas, consigue encontrar un empleo de lo que sea. A los niños les gustan mucho los bocadillos de paté que les prepara Marcela y a Marcela volver a ver caer sobre su alfombra migajas y risas.

A las buenas personas se le reconoce porque no solo cuidan, se preocupan y se ocupan de los que son familiares, amigos o conocidos;  porque cuando hay un problema buscan soluciones y cuando hay alegrías las celebran como propias; porque no están cuando saben que estás acompañada, pero acudirán al primer silbido; porque no saldrán en la primera plana de las fotos, sino que se ofrecen a hacer la foto; porque saben que mientras estén vivos, la cagarán tanto como lo harán los otros y, por eso, se perdonarán a sí mismas tanto como a los demás; porque cuando se sienten decepcionadas por alguien, primero le preguntan sus motivaciones, antes de dar por sentado que lo hicieron adrede; porque no necesitan que los demás estén demostrándole diariamente su amistad y cariño, sino que lo dan por sentado –aunque pasen años sin hablar– porque saben que se puede estar sin hacerse notar; porque las buenas personas cuando tienen, reparten y cuando les falta, piden; porque no se creen mejor ni peor que nadie, sino que saben que ‘los otros’ somos todos; porque saludan a la vecina, siendo conscientes de que al saludarle mirándole a los ojos están diciéndole ‘estoy aquí, sé que existes y te respeto’; porque no confunden el precio con el valor y porque saben que el valor no tiene precio; porque sólo les preocupa el dinero por lo que su falta puede robarnos; porque preguntan ‘cómo estás’ para que le digas cómo estás y no para que te calles tus problemas; porque viven con la casa, la despensa y los brazos abiertos, y duermen soñando con un mundo mejor.

Todos y todas sabemos qué es ser buena persona porque hemos crecido rodeados de ancianos y ancianas que tenían claro –porque lo habían practicado– que donde comen dos comen tres, porque sabemos que hubo un tiempo no tan lejano en que las tenderas fiaban durante varios meses cuando había huelgas en las cuencas mineras asturianas porque eran conscientes de que si no lo hacían sus clientas y sus fíos (hijos) no comían; porque los que vivimos en el campo sabemos que un prao no lo siega una sola familia, y que no hay fogones más vivos que en los que siempre hay varias raciones para los que puedan llegar por sorpresa.

Sabemos lo que es ser buena persona porque todas hemos sentido alguna vez la calidez de la hospitalidad, el socorro de la mano que nos alzaba del pozo, las risas que saben saladas por las lágrimas de las veladas en las que un amigo nos recordaba que, además de al pan, tenemos derecho a las rosas, así sea en forma de vino, de abrazos o de palabras.

Y es entonces cuando hemos constatado que de buenos no se es tonto, que tildar a esas personas de comprometidas por lo que no debería ser más que la norma es una trampa, una falacia para situarlas en un altar inalcanzable, como si serlo sólo pudiese estar al alcance de unas cuantas, convirtiéndolas en héroes y heroínas para que creamos que esa es la excepción y que el resto bastante tenemos con sobrevivir e intentar ser felices, que nos gustaría ser como ellos y ellas, pero que el mundo es despiadado y que el que no come terminará siendo comido.

Pero no es lo normal, lo lógico ni lo aceptable que no conozcamos ni nos importe lo que les ocurre a nuestros vecinos ni al resto de los seres humanos, que creamos que el extranjero pobre es el enemigo, que el que piensa distinto debe ser acallado, que si alguien tiene necesidades es su problema, o que si nosotros tenemos problemas es sólo nuestro problema.

Pero esos son los mensajes de un corpus ideológico que representantes públicos, líderes de opinión, algunos medios de comunicación, patronales y otros poderes nos lanzan cotidianamente para convencernos de que es normal que alguien en el Parlamento pueda gritar “que les jodan” cuando se aprueban recortes para las ayudas a las personas sin trabajo, o que se puedan disparar pelotas de goma a hombres que intentan llegar a nado a una playa ceutí, o considerar una amenaza una huelga feminista.

El objetivo ya lo vislumbró el filósofo Zygmunt Bauman en su ‘teoría de la manipulación de la incertidumbre’: crear falsos enemigos a los que podamos culpar de las desgracias que nuestros dirigentes provocan ante su incapacidad para dar respuesta a los grandes desafíos. Pero eso sólo es posible gracias a ‘la banalización del mal’ que tan bien desentrañó la teórica política y periodista Hannah Arendt: el hecho de que una gran parte de la población asuma y cumpla con las reglas dictadas por los estamentos superiores del sistema sin reflexionar sobre sus implicaciones y consecuencias.

Por eso, ahora más que nunca, es urgente recordar que ser buena persona no sólo no es de tontos, sino que es lo digno, lo valioso y lo respetable y que son ellas las que hacen la vida más vivible, más humana, más bella. Las malas personas son las que nos han traído hasta aquí. De quién gane el discurso, pero también la práctica, dependerá nuestro futuro.

LA CUARESMA QUE QUIERE EL PAPA

Titulo este post así por dos razones. En primer lugar, porque acabamos de iniciar la Cuaresma y quiero comentar el mensaje que para este tiempo ha escrito el papa. En segundo lugar, para contrarrestar la serie de mensajes que circulan con este título y que, como ya he comentado en otras ocasiones, no se han escrito, ni dicho por él, y que según mi opinión particular, no son neutros. Es decir, que lo que mejor podemos hacer con estos mensajes es borrarlos y no contribuir a su divulgación.

El lema de este año es: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (Mt. 24,12).

En él Francisco nos advierte contra los falsos profetas ¿Quiénes son éstos hoy en día?

Algunos son como “encantadores de serpientes”, es decir que aprovechan las emociones humanas, especialmente las que ocurren en momentos difíciles para llevar a las personas donde estos encantadores quieren. Aquí estarían la ilusión del dinero, el placer momentáneo o la autosuficiencia.

obolo papaOtros son los “charlatanes”, que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas a los problemas, que resultan inútiles. Aquí estarían las personas que ofrecen drogas, especialmente a los jóvenes, o unas relaciones de usar y tirar o ganancias fáciles pero deshonestas. También aquí estarían los que tienen relaciones virtuales  que luego resultan dramáticas y sin sentidos. Estos timadores, según el papa, no ofrecen nada de valor y lo que es peor, le quitan a la persona lo más valiosos: la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Cada uno de nosotros debe por tanto discernir y a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.

A continuación el papa habla de las consecuencias de tener un corazón frío, se apaga la caridad. Esto lo provoca sobre todo la avidez por el dinero y en segundo lugar el rechazo de Dios. Todo esto se dirige contra el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, el prójimo que no responde a nuestras expectativas.

Un testigo silenciosos de este enfriamiento de la caridad es una tierra envenenada por los deshechos que se le arrojan, o los mares contaminados, que además reciben a los náufragos de los migrantes forzosos; los cielos surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

El amor también se muere en nuestras comunidades por la tibieza egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fraticidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse solo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.

¿Qué podemos hacer?

Según el papa, además de la medicina amarga de la verdad, el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

La oración nos hará descubrir las mentiras con las que nos engañamos a nosotros mismos.

La limosna que nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano, nunca lo que tengo es solo mío. Cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos.

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

La Cuaresma, en definitiva, nos prepara para vivir el fuego de la Pascua y así poder tener la misma experiencia que los discípulos de Emaús para que después de escuchar la palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico, nuestro corazón vuelva a arder de fe, esperanza y caridad.

RESPONDER A REFUGIADOS Y MIGRANTES, HOY

El papa Francisco, en su Mensaje con motivo de la LI Jornada Mundial por la Paz del pasado mes, se centra en la situación de las personas migrantes y refugiadas, que abandonan sus hogares por causas como la guerra, la pobreza, problemas medioambientales o la persecución, y que solo encuentran como solución los riesgos de un largo viaje no exentos de peligros, y que, como sabemos, no tienen asegurado llegar a su destino. El mensaje establece cuatro verbos que invitan a la acción: acoger, proteger, promover e integrar, que también recoge en su mensaje para la Jornada Mundial del migrante y del Refugiado del pasado 14 de enero. Sobre estos cuatro pilares se apoyan los 20 puntos de acción pastoral, propuestos por la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción Integral del Desarrollo Humano.

La primera de estas acciones, acoger, implica el aumento de las rutas seguras y legales para los refugiados y los migrantes en los países de destino, a través de corredores humanitarios para los casos de mayor vulnerabilidad, y simplificando los trámites para la concesión de visados por motivos humanitarios y por reunificación familiar, o con visados temporales especiales para aquellos que huyen de conflictos bélicos (2). Sin embargo, en la mayoría de los casos los emigrantes se encuentran rechazo, persecución, violencia y expulsión. Cada emigrante y refugiado debe ser tratado individualmente y tener en cuenta las necesidades reales de seguridad de cada persona para que en ningún caso sea devuelto a un país donde no tenga garantizada sus derechos inalienables (1). Por otra parte, es necesario que la preocupación por la seguridad nacional no entre en contradicción con los derechos humanos fundamentales y la centralidad y la dignidad de la persona humana para que se garantice el acceso a los servicios básicos -también jurídicos- y evitando la detención como la única solución para las personas que llegan a un país sin tener una autorización (3).

La segunda acción propuesta es proteger. Se hace especial incidencia a la defensa de los derechos y la dignidad de los migrantes y los refugiados, comenzando por el derecho fundamental, el derecho a la vida, y que no puede estar supeditado a una legislación. Se debe garantizar todo el proceso, comenzando por el inicio del viaje, con información, legalización y asistencia por parte del país de origen (4). También a la llegada, de modo que para evitar que la vulnerabilidad de los migrantes y refugiados los lleve a ser explotados o a la trata de personas, se garantice el acceso de todos los migrantes a la justicia, y unas condiciones laborales donde exista un salario mínimo y se impida que los empleadores puedan retener la documentación de los trabajadores (5). Hay que garantizar la libre circulación en el país para permitir la mejora de su bienestar, así como fomentar que las comunidades locales participen en la integración de los solicitantes de asilo, además de favorecer programas para aquellos que decidan volver a su país de origen (6). Se debe prestar una especial atención a los migrantes menores de edad. En el caso de los menores no acompañados o separados de sus familias se debe respetar la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño; así, se deben buscar alternativas a la detención, como la custodia temporal o la creación de centros separados para la identificación y tramitación de menores, adultos y familias (7). Por otro lado, todos los menores deben tener acceso a una asistencia sanitaria básica, a otros derechos sociales y a la educación primaria y secundaria (9) y proporcionar la garantía de que puedan continuar su formación en la edad adulta, con independencia de su condición jurídica (8). Por último, se debe evitar que los migrantes nunca sean apátridas y que se reconozca la ciudadanía al nacer (11).

A través de la siguiente acción, promover, se pretende favorecer el desarrollo humano de los migrantes y refugiados, dentro de los planes de desarrollo de cada país, como punto de partida del diálogo y de encuentro con el otro. De esta manera, se deben valorar las capacidades de los migrantes y favorecer su acceso a la formación superior, de especialización, idiomas…, reconociendo, además, las titulaciones obtenidas en otros países (12).  Por otra parte, se debe facilitar la libertad de movimiento y el derecho a elegir dónde vivir, a través de formación y del derecho al trabajo (13). Es importante promover la reunificación familiar, favoreciendo el acceso al trabajo para todos los miembros de la familia reunificada, buscando a familiares perdidos y observando los derechos a la educación y laborales (14). En caso de necesidades especiales, los migrantes deben tener acceso a prestaciones por discapacidad o a programas de educación especial, independientemente de su estatus legal (15). Es necesario que los países receptores de un gran número de migrantes que huyen de conflictos armados reciban fondos para el desarrollo internacional y el apoyo humanitario (16), así como que se garantice la libertad religiosa a todos los migrantes (17).

El último de los verbos, integrar, hace referencia al enriquecimiento que supone una mayor participación de migrantes y refugiados y su inclusión en las comunidades locales. Para conseguirlo, se debe promover la integración mediante el reconocimiento de la ciudadanía, la nacionalidad, la reunificación familiar y la legalización para los migrantes que llevan en un país un tiempo determinado (18). Además, se deben propiciar programas de intercambio intercultural, de integración y garantizando que determinadas informaciones importantes se traduzcan a las lenguas mayoritarias de los migrantes (19). Por último, se debe favorecer la reintegración en los países de origen de aquellas personas que formen parte de programas de repatriación asistida, mediante fondos, validando la formación obtenida o favoreciendo la incorporación al mercado laboral (20).

Estos 20 puntos sirven de “pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades cristianas”, además de que muestran el interés de la Iglesia de que la comunidad internacional promueva la construcción de la paz desde el diálogo, la coordinación y la compasión y rechazando los peligros de la indiferencia. Por eso Francisco, en su mensaje por la Jornada Mundial por la Paz, plantea con esperanza el proyecto de las Naciones Unidas para promover a lo largo de 2018 dos acuerdos mundiales (Global Compacts); uno sobre la migración segura, ordenada y regulada y otro sobre los refugiados, sobre las que se basen las políticas y medidas posteriores de cada país. Porque, como miembros de una misma familia, todos tenemos “el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir”.
M. Cruz Hernández Gil
Consejera Comisión General Justicia y Paz España


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FESTIVAL DE LA CANCION MISIONERA - ALMENDRALEJO 14 DE ABRIL DE 2018