martes, 17 de marzo de 2020

PARA QUE EL TRABAJO DE MUCHOS SEA EFICAZ, NOS QUEDAMOS EN CASA.

¡ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!

¡Me quedo en casa, Señor!
Y hoy me doy cuenta de que también esto
me lo enseñaste Tú,
quedándote, en obediencia al Padre,
treinta años en la casa de Nazaret
antes de comenzar tu gran misión.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y en el taller de San José,
tu protector, mi protector, el defensor de todos,
aprendo a trabajar, a obedecer,
para suavizar las aristas de mi corazón
y preparar para ti una obra de arte.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y sé que no estoy solo
porque María, nuestra madre,
está en casa, trabajando con alegría,
preparando la comida para nosotros,
para toda la familia de Dios.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y lo hago con responsabilidad, por mi bien,
por la salud de mi ciudad, de mis seres queridos,
y por el bien de mi hermano,
que Tú has puesto a mi lado,
pidiéndome que lo cuide
en el jardín de la vida.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y, en el silencio de Nazaret,
me comprometo a rezar, a leer,
a estudiar, a meditar,
a ser útil con tareas pequeñas
para hacer que nuestra casa 
sea más hermosa y acogedora.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y por la mañana te agradezco
el regalo de un nuevo día
tratando de no estropearlo
y acogiéndolo con asombro,
como un regalo y una sorpresa de Pascua.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y al mediodía volveré a recibir
el saludo del ángel, como María,
y me haré tu servidor, como ella, por amor;
en comunión contigo,
que te hiciste humano para vivir entre nosotros;
y, fatigado por el viaje,
te encontraré en el pozo de Jacob
y en la cruz, sediento de amo .

¡Me quedo en casa, Señor!
Y si por la noche me atrapa la melancolía,
te llamaré como los discípulos de Emaús:
“Quédate con nosotros, porque es tarde
y el día ya se termina”.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y en la noche,
en comunión de oración con tantos enfermos
y personas solas,
esperaré el amanecer,
para cantar tu misericordia de nuevo
y decir a todos que en la tempestad
Tú has sido y eres mi refugio.

¡Me quedo en casa, Señor!
Y no me siento solo y abandonado
porque Tú me has dicho:
"Yo estoy contigo todos los días".
Sí, estás siempre, 
y especialmente en estos días de desconcierto, oh Señor,
en los que, si mi presencia no es necesaria,
me acercaré y amaré a todos y a cada uno
con las alas de la oración. Amén.

(Traducción libre de una plegaria compuesta por el Obispo italiano Giuseppe Giudice.)

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